jueves, 3 de junio de 2010

El demonismo durante el siglo IV hispánico en el trasfondo de la obra de san Gregorio, obispo de Iliberri


Gregorio de Iliberris (Elbira/Elvira, actual Granada), es uno de los grandes escritores eclesiásticos hispanos. De su vida no sabemos gran cosa y ni siquiera conocemos toda su obra completa. Suponemos que murió hacia 392. Su producción conocida hasta ahora es eminentemente exegética, todo parece indicar que su gran preocupación fue la interpretación del texto bíblico para sus fieles en el seno de la predicación y el combate contra las herejías, singularmente el antitrinitarismo subordinacionista, que a veces denominamos con poca propiedad arrianismo.

Este autor fue muy leído durante la Edad Media hispana, su eco llegó nada menos que a san Isidoro de Sevilla, a todos los efectos estamos ante un autor rigurosamente ortodoxo. Y sin embargo, también en él, se confirma que ningún autor cristiano de los siglos IV y V puede ser entendido al margen de la educación pagana tradicional, lo cual debe incluir no sólo la educación letrada recibida en las escuelas, sino también la educación ancestral trasmitida de padres a hijos que aborda todo tipo de creencias, también las que parezcan burdas, iletradas o poco respetables, aunque la percepción se haga desde la corrección tranquilizadora de una interpretatio christiana.

En ese sentido san Gregorio no fue una excepción. Su concepción de la naturaleza se enraizaba en la visión cristiana, casi lírica, de un mundo vivo en perpetua teofanía que alaba la obra de Dios. La naturaleza no es ella misma un dios, no es creatrix, pero al ser parte de la Creación tiene su parte de divina:

«Además, para consuelo nuestro, ved que toda la naturaleza está pensando en nuestra futura resurrección (in resurrectionem futuram omnes natura meditatur): el sol se sumerge en el ocaso y nace, los astros desaparecen y retornan, las flores mueren y reviven (occidunt ac reuiuescunt), los árboles después de su decaimiento se cubren de hojas, las semillas no renacen, sino después de haberse

corrompido».

Tract. XVII 29.


Esta clara alusión al ciclo natural, no es en modo exclusivo pagano y se entiende perfectamente en el seno de la concepción de la naturaleza en una sociedad agrícola, pagana o cristiana. Sin embargo, hay un universo cultural en el trasfondo de la obra gregoriana que no supone en principio ningún conflicto para el cristianismo, pero que tiene claramente un origen ambiental, que no es ni cristiano ni pagano, que paganos y cristianos admiten por igual aunque a veces lo valoren de manera distinta.

Uno de estos elementos constantes lo constituye el notable auge que alcanzó la demonología durante la Antigüedad Tardía. Tanto paganos como cristianos concebían el mundo lleno de daemones por todas partes, los cuales solían tener una actividad que podría resultar peligrosa para el hombre.

El aire mismo está lleno de demonios. Comentando el Levítico, e integrando el pasaje paulino de Ef. 6, 12, el obispo de Granada nos ofrece un interesante testimonio de la existencia de creencias en el demonismo durante el Bajo Imperio romano en la Península Ibérica, como por otra parte era de esperar:

«¿Y qué debemos entender por las moscas y los tábanos que son ahuyentados por la cola, sino todos los demonios y espíritus errantes por el aire (daemones et erraticos spiritus aeris) que molestan no sólo a los cuerpos, sino a las almas de los creyentes? Por eso, el bienaventurado apóstol Pablo recuerda estas moscas y tábanos, es decir, estos errantes y volálites (erraticos et uolatiles) espíritus del aire de este mundo, cuando dice: No es nuestra lucha contra la carne y la sangre, sino contra los príncipes de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos que están en las regiones subcelestes (aduersus spiritalia malitiae in subcaelestibus)». Por todo eso todos los demonios, que molestan los cuerpos o las almas de los creyentes, deben ser ahuyentados con la cola de la religión».

Tract. X 31-32


Estos espíritus que pueblan las regiones aéreas transmiten enfermedades y causan los trastornos del alma que llevan a los vicios o directamente las posesiones demoníacas. Es precisamente en el mismo tratado homilético donde el obispo bético alude a los espíritus que ocasionan todo tipo de males:

«...Son espíritus inmundos (inmundi sunt spiritus) que a menudo se introducen en los cuerpos humanos (in corporibus hominum inserunt), y excitan la picazón de la lujuria y de las distintas pasiones».

Tract. X 20


La enfermad es causada por uno de estos daemones, pero las pasiones corporales se presentan a menudo bajo la forma de una enfermedad, y entonces se considera factible que también hayan sido causadas por los malos espíritus que flotan en el aire. Durante el final de la Antigüedad los daemones dejaron de ser únicamente divinidades de rango menor entre los dioses y los hombres, y pasaron a ser genéricamente malos espíritus e incluso almas en pena. No sólo los hechiceros y nigromantes, como el legendario Cipriano antes de su conversión, afirmaban que estaban en tratos con estos demonios y malos espíritus y que los empleaban para sus fines malignos, la creencia en el demonismo era también propia de una gran parte de autores que fácilmente denominaríamos cultos, como el historiador Eusebio de Cesarea o un autor importante como el bizantino Pselo, que en el siglo XI dedicó un tratado al tema.

Brevísima bibliografía básica

Gil, L., Therapeia, Madrid 2004.

Haurraer, C. & Hunger, H., art. “daimon”, en Diccionario de Mitología griega y romana, Barcelona 2008, p. 208.

Luck, G., Arcana Mundi: magia y ciencias ocultas en el mundo griego y romano, Madrid 1995.

Molina Gómez, J. A., La exégesis como instrumento de creación cultural. El testimonio de las obras de Gregorio de Elbira, Murcia 2009.

Escritura, exilio y muerte: de Alejandría a Jerusalén


El cineasta Alejandro Amenábar ha estrenado la película Ágora, inspirada en la vida de la célebre filósofa y matemática Hipatia de Alejandría, cruelmente asesinada por una masa fanatizada de cristianos a principios del siglo V. Independientemente de la relativa solvencia histórica de tales filmes, resulta pertinente recordar la figura de la filósofa alejandrina y evocar también a su contemporánea, más joven, la emperatriz y escritora Eudocia, llamada Atenais antes de su conversión al cristianismo. Siguen siendo figuras que despiertan gran interés como lo demuestra la reciente reedición de dos clásicos historiográficos: G. Ménage, Historia de las mujeres filósofas y F. Gregorovius, Atenais, ambos en Herder, 2009.

Durante el siglo IV el cristianismo se había convertido progresivamente en el único culto permitido de un Imperio universal cada vez más autoritario ante los terribles desafíos a que se enfrentaba y que necesitaba de una inquebrantable unidad política y religiosa. Eso supuso que la Iglesia se transformó también en una institución de poder. En el siglo V el paganismo había perdido su importancia en la vida pública, si bien continuaba manteniendo numerosos adeptos.

Hipatia, hija del escritor pagano Teón, fue muy popular en vida (entre sus discípulos se cuenta al cristiano Sinesio de Cirene). Se convirtió en una figura legendaria tras su muerte, resultado indirecto de las tensiones entre el prefecto Orestes (amigo de Hipatia) y la Iglesia de Alejandría representada por Cirilo. No tardó en ser vista como una mártir pagana, símbolo moderno de la libertad de pensamiento.

Junto a ella brilla también con luz propia Atenais. Formada en el culto ambiente de Atenas por su padre Leoncio, filósofo pagano, se convirtió –de grado o por interés- al cristianismo ante la perspectiva de un conveniente matrimonio con Teodosio II. Esta “tránsfuga del paganismo” como la llamó Gregorovius, fue también una notable poetisa, y a ella debemos una de las manifestaciones más antiguas conocidas del mito de Fausto.

Mientras Hipatia, muere fiel a la fe de sus padres, Atenais abraza el cristianismo y se convierte en la imagen de la cultura griega en transición. Sin embargo, no por ser cristiana su destino fue fácil, circunstancias poco claras relacionadas con conspiraciones palaciegas y graves tensiones religiosas entre confesiones cristianas distintas acabaron exiliándola hasta el final de sus días en Jerusalén.

Las diferencias entre cristianos y paganos no fueron como tan a menudo estamos habituados a pensar. Los intelectuales paganos y cristianos se conocían entre sí y se respetaban, viejas familias paganas tenían conversos entre sus miembros; salvo tensiones concretas y esporádicas –por muy dramáticas que fueran- no se había planteado aún el problema de la intolerancia religiosa en sentido moderno. De mentalidad y educación muy parecida, Atenais o Hipatia tenían idéntica concepción del poder imperial, ya fuera el emperador un Dios o su representante solamente. Incluso la moral personal era parecida; en el siglo V se elogiaba la castidad como un acto de independencia. Sabemos que la pagana Hipatia se mantuvo virgen, como hacían muchas cristianas, pese a estar casada. El verdadero problema para paganos y cristianos eran las injerencias cada vez mayores de un poder estatal omnímodo que ahogaba en sangre o castigaba con el destierro cualquier amenaza para la unidad. Salvando las distancias: escritura, exilio y muerte no se hilvanaron exclusivamente en las pesadillas totalitarias del siglo XX.