Gregorio de Iliberris (Elbira/Elvira, actual Granada), es uno de los grandes escritores eclesiásticos hispanos. De su vida no sabemos gran cosa y ni siquiera conocemos toda su obra completa. Suponemos que murió hacia 392. Su producción conocida hasta ahora es eminentemente exegética, todo parece indicar que su gran preocupación fue la interpretación del texto bíblico para sus fieles en el seno de la predicación y el combate contra las herejías, singularmente el antitrinitarismo subordinacionista, que a veces denominamos con poca propiedad arrianismo.
Este autor fue muy leído durante
En ese sentido san Gregorio no fue una excepción. Su concepción de la naturaleza se enraizaba en la visión cristiana, casi lírica, de un mundo vivo en perpetua teofanía que alaba la obra de Dios. La naturaleza no es ella misma un dios, no es creatrix, pero al ser parte de
«Además, para consuelo nuestro, ved que toda la naturaleza está pensando en nuestra futura resurrección (in resurrectionem futuram omnes natura meditatur): el sol se sumerge en el ocaso y nace, los astros desaparecen y retornan, las flores mueren y reviven (occidunt ac reuiuescunt), los árboles después de su decaimiento se cubren de hojas, las semillas no renacen, sino después de haberse
corrompido».
Tract. XVII 29.
Esta clara alusión al ciclo natural, no es en modo exclusivo pagano y se entiende perfectamente en el seno de la concepción de la naturaleza en una sociedad agrícola, pagana o cristiana. Sin embargo, hay un universo cultural en el trasfondo de la obra gregoriana que no supone en principio ningún conflicto para el cristianismo, pero que tiene claramente un origen ambiental, que no es ni cristiano ni pagano, que paganos y cristianos admiten por igual aunque a veces lo valoren de manera distinta.
Uno de estos elementos constantes lo constituye el notable auge que alcanzó la demonología durante
El aire mismo está lleno de demonios. Comentando el Levítico, e integrando el pasaje paulino de Ef. 6, 12, el obispo de Granada nos ofrece un interesante testimonio de la existencia de creencias en el demonismo durante el Bajo Imperio romano en
«¿Y qué debemos entender por las moscas y los tábanos que son ahuyentados por la cola, sino todos los demonios y espíritus errantes por el aire (daemones et erraticos spiritus aeris) que molestan no sólo a los cuerpos, sino a las almas de los creyentes? Por eso, el bienaventurado apóstol Pablo recuerda estas moscas y tábanos, es decir, estos errantes y volálites (erraticos et uolatiles) espíritus del aire de este mundo, cuando dice: No es nuestra lucha contra la carne y la sangre, sino contra los príncipes de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos que están en las regiones subcelestes (aduersus spiritalia malitiae in subcaelestibus)». Por todo eso todos los demonios, que molestan los cuerpos o las almas de los creyentes, deben ser ahuyentados con la cola de la religión».
Tract. X 31-32
Estos espíritus que pueblan las regiones aéreas transmiten enfermedades y causan los trastornos del alma que llevan a los vicios o directamente las posesiones demoníacas. Es precisamente en el mismo tratado homilético donde el obispo bético alude a los espíritus que ocasionan todo tipo de males:
«...Son espíritus inmundos (inmundi sunt spiritus) que a menudo se introducen en los cuerpos humanos (in corporibus hominum inserunt), y excitan la picazón de la lujuria y de las distintas pasiones».
Tract. X 20
La enfermad es causada por uno de estos daemones, pero las pasiones corporales se presentan a menudo bajo la forma de una enfermedad, y entonces se considera factible que también hayan sido causadas por los malos espíritus que flotan en el aire. Durante el final de
Brevísima bibliografía básica
Gil, L., Therapeia, Madrid 2004.
Haurraer, C. & Hunger, H., art. “daimon”, en Diccionario de Mitología griega y romana, Barcelona 2008, p. 208.
Luck, G., Arcana Mundi: magia y ciencias ocultas en el mundo griego y romano, Madrid 1995.
Molina Gómez, J. A., La exégesis como instrumento de creación cultural. El testimonio de las obras de Gregorio de Elbira, Murcia 2009.
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ResponderEliminarEl arquetipo de lo que mencionas acerca de los daemones, convertidos de dioses menores en seres del mal, es, o me gusta tenerlo como tal, el tridente de Poseidón. Sostienen algunos que el tridente sería una derivación del primitivo rayo que habría tenido Poseidón antes de que la mitología lo "encasillara" como dios del mar y le asignará un nuevo instrumento. El tridente era uno de lo símbolos de Poseidón, su "cetro" como soberano de las aguas. Sin embargo fue cogido por los cristianos y convertido en el arma del Demonio por antonomasia. El cristianismo absorbió muchos elementos religiosos de otros credos y los reunió en una única cosmovisión. Algunos aspectos fueron encauzados por el lado del "bien". Leyendas como la de la ayuda del apóstol Santiago ayudando a los cristianos en la batalla de Clavivo recuerda a la actuación de dioses menores como los Dioscuros, por ejemplo. El tridente de Poseidón habría sido insertado por el otro lado, el del "mal" y se habría convertido en símbolo del "Maligno". Es como la permanencia de los lugares "sagrados". A lo largo de la historia se ha visto que las distintas culturas han tendido a dotar de carácter sagrado a los mismos lugares y en el tardo-imperio romano es sabido como el cristianismo se apropió, por ejemplo, de muchos mitreos para usarlos como iglesias. Podríamos hablar pues, de "reciclaje" religioso.
ResponderEliminarSaludos.