domingo, 4 de septiembre de 2011

Caballo en el Monte, Una gran novela de guerra.

-Caballos heridos.

No había nunca oído gritar a un caballo y apenas puedo creerlo. Es la desolación del mundo, es la criatura martirizada, es un dolor salvaje y terrible el que gime ahí…. Algunos intentan galopar, caen y vuelven a correr. Hay uno con el vientre abierto del que cuelgan las entrañas Tropieza con ellas y cae, pero se levanta de nuevo. …Nos sentamos y nos tapamos los oídos, pero estos terribles gemidos, estas angustiosas quejas, estos plañidos impresionantes, resuenan y penetran por todas partes.

Este es uno de los más sobrecogedores pasajes de la gran novela de 1928 Im Westen nichts Neues (Sin novedad en el frente), de Eric Maria Remarque. Resulta esclarecedor también que en el desgarrador relato escrito en 1921 de Eugeniusz Malaczewski Kon na wzgorzu (Caballo en el monte) la figura de tan noble animal haya sido elevado a la categoría de símbolo, imagen descarnada del sufrimiento más inútil y arbitrario del que son víctimas sobre todo los seres inocentes e indefensos. Kon na wzgorzu es ciertamente un relato bélico, así se plantea, los recuerdos de un teniente polaco que movilizado primero durante la Primera Guerra mundial y que combate posteriormente con los rusos blancos después de la revolución bolchevique, para después volver a su país y luchar por su independencia frente a la invasión soviética. Lo descarnado de sus descripciones, la presencia terrible de la guerra y sus consecuencias hacen presencia desde la primera línea en que se nos anuncia que vamos a leer el relato de una vida atormentada y destrozada por la guerra.

C

La extrema dureza de la guerra polaco-soviética (1919-1921), algo tan poco conocido para el público español actual, fue reflejada de manera amarga por Isaak Babel (ejecutado por Stalin en 1940) en su Konarmiya (Caballería Roja), a su vez basada en sus notas y diarios de campaña de 1920. En Kon na wzgorzu, sin embargo, ni la amargura ni las matanzas ni las torturas logran borrar un mensaje final de esperanza que no encontramos en otras novelas de este período. Es la gran diferencia de este relato y lo que le otorga un valor inmortal. Pues si, en primer lugar nos encontramos con una novela de guerra, también es una historia personal, individual. En este sentido nuestro protagonista es una especie de santo Job que tras haber descendido a las insondables profundidades del dolor y la desesperación, aprende a vivir con la opresión del sufrimiento y a perdonar sin odiar a sus enemigos, a renunciar a la venganza, y a emerger como un hombre nuevo, mejor y más sabio, un hombre además listo para ponerse en marcha hacia nuevas empresas, pues hay todo un país que levantar y reconstruir, y toda una humanidad sufriente a la que ayudar. Esta transformación es tanto una conversión como una resurrección simbólica, la conversión se inicia con la tremenda visión del caballo desollado vivo y culmina en el renacer moral que experimenta nuestro protagonista en el hospital.

Merece la pena hacer una breve consideración sobre esto. El teniente, joven, pero veterano en mil combates, ama tiernamente a su hermana. Su mayor deseo y anhelo es volver a verla. Su regimiento avanza en dirección a su hogar, que aún se encuentra en manos enemigas. Oscuros presentimientos, como oráculos de una futura desgracia, se ciernen sobre él. El rastro de muerte y dolor dejado por el enemigo en su retirada es sólo el anuncio de su propia tragedia, la destrucción de su hogar y la horrible muerte de su hermana. A partir de ese momento, la ira y el deseo de venganza poseen al teniente, es una imagen viva de un hombre tomado y cegado por la hybris que ya no atiende a razones y sólo desea matar y morir matando. Igual que en la tragedia griega, sólo algo divino, sobrehumano, podrá liberarle. Ese algo es la visión de un dolor más incomprensible aún que el suyo, la imagen agónica del caballo que después le perseguirá en sueños. Sin embargo, es a partir de ese momento cuando se opera el cambio fundamental, que se hace evidente durante su convalecencia en el hospital bajo los cuidados de una monja de la Caridad que actúa como su conciencia viva y que es decisiva en la última fase de su conversión, sellada por un último sueño liberador en el que hermano y hermana se reúnen. Un hombre nuevo ha nacido en medio de grandes dolores, pero es un hombre mejor, que ha comprendido en medio de la desolación la necesidad de una hermandad universal entre todos los seres humanos como condición indispensable para su salvación.

Finalmente este libro también es la historia nacional de Polonia, de una Polonia, calificada como la Gran Viuda, una nación mártir, que se alza y se pone en pie para luchar por su vida. Pero aquí no se trata de una proclama nacionalista en honor de los vencedores en la batalla del Vístula. Polonia en la obra de Malaczewski es algo más importante que todo eso. En primer lugar, es un reflejo del alma personal. La descripción de la cordillera de los Tratas y el consuelo espiritual que se obtiene esa visión refleja el cromatismo lírico y paisajista del que este autor es capaz. De esta manera Polonia es algo vivo en su paisaje, sombrío cuando amenaza el dolor, excelso cuando hay consuelo para las lágrimas. Pero además Polonia en Malaczewski es la antesala de la humanidad. Como consecuencia de la guerra muchos se han desorientado, denuncia el autor, han caído en un egoísmo nihilista. Malaczewski los llama a formar parte del ideal absoluto del amor universal, la conversión no sólo es religiosa, es a la vez social, y es a la vez nacional y universal.