jueves, 2 de mayo de 2013

Extraña victoria. Novela de Pedro Amorós



            A través de un relato extraordinariamente fiel a la vida real, sin aparentes sutilezas, conocemos la vida de Juan Serrano, un hombre sencillo. Pero nada menos que todo un hombre, de existencia real y que vive aún, cargado de años y de recuerdos. Este hombre tuvo la feliz idea de plasmar en unos diarios las peripecias de su azarosa vida en la España de posguerra. Aquello fue un alarde de generosidad de Juan Serrano, pues dichos diarios y anotaciones se convirtieron en un tesoro familiar; fueron conocidos por Pedro Amorós, quien por expresa petición de su protagonista y su familia, decidió novelar los acontecimientos recogidos en los cuadernos, y con ello la historia de un hombre normal, de sus anhelos y de sus desengaños (que eran los de toda una generación), de sus penas y alegrías (que eran las suyas propias, sin embargo tan parecidas y similares a las de tantos otros), entraron por la puerta de la literatura. El silencio de una vida sencilla rompió los estrictos márgenes de la familia y del círculo más estrecho de amigos y familiares para convertirse en la muestra ejemplar de una generación a la que ahora vemos cómo se dispone a desaparecer y casi se despide ya de nosotros. He aquí Extraña victoria, un testimonio que se ha salvado de la corriente eterna del tiempo.







            El valor de la historia, por paradójico que resulte, reside en que no cuenta nada en apariencia extraordinario; es la existencia sencilla de un hombre que lucha por sobrevivir, trabajar, salir adelante, casarse y fundar una familia; entre sus muchas batallas, la peor y más dura es la lucha contra una destructora enfermedad. En seguida se aprecia que la historia es cotidiana, una épica de la vida diaria, la visión intrahistórica de una época con la que tantos podrían identificarse y decir: “Esta también es mi vida, yo me reconozco aquí”. Pues qué duda cabe de que el relato en cuestión es también un libro de historia colectiva, una fuente auténtica y cercana que nos ofrece una visión de España en los últimos cincuenta años. El protagonista es un representante de la generación de la posguerra que sacó adelante el país con esfuerzo y que pese a las duras condiciones de vida supo mantener bien alto las banderas de la esperanza y el amor a la familia.  
            Desde un punto de vista literario, la novela parece una vida ejemplar que recuerda a Cervantes. Los encabezamientos de cada capítulo son claramente cervantinos; y  algo del Siglo de Oro hay aquí, pues hasta el ominoso encuentro con la enfermedad la historia parece que va a transcurrir en clave picaresca, en medio de una vida dura pero no exenta de jovialidad y alegría, como es la vida de cualquier persona de espíritu sano. A partir del libro segundo, sin embargo, el tono se hace más serio, de un dramatismo contenido, pero evidente, ante la amenaza de la muerte. Pese a la dramática catástrofe personal que ha de soportar el protagonista, que la vida es ejemplar no admite duda, pues queda plasmada toda la generación de nuestros padres, esa generación que levantó el mundo que conocemos y a la que ahora toca, poco a poco, ir despidiéndose de él muchas veces sin haber oído una palabra de agradecimiento por sus esfuerzos y sí muchos reproches por generaciones nuevas de ignorantes refinados, más exigentes sin duda, pero que nunca supieron cuánto costaba, como dicen nuestros mayores, “poner un plato en la mesa todos los días”.
            Si bien de apariencia sencilla y de estilo casi popular, la redacción de la obra no está exenta de complejidad pudiendo constatarse un  esforzado ejercicio de creación literaria. Un editor ficticio (personaje de una novela anterior de Pedro Amorós, El arco en ruina) asume la responsabilidad de publicar los manuscritos de Juan Serrano. Es un tópico de la literatura universal, el hallazgo casual de un texto, unos papeles olvidados... Pero aquí es el motivo perfecto, por cuanto no es inventado del todo, para hacer un ejercicio de lenguaje, un lenguaje que se recrea sin sacrificar el registro coloquial, sencillo, incluso vulgar, del todo originario. Pienso en que Camilo José Cela hizo un ejercicio similar con La Familia de Pascual Duarte. O incluso Valle Inclán, por ejemplo en Luces de Bohemia, cuando convierte el registro coloquial en vehículo literario.

            Pero la obra es ante todo de carácter histórico. En efecto, es la historia de un representante de la generación de posguerra y la transición que ha luchado por salir adelante en medio de las penalidades y dificultades materiales más variadas. Un valioso testimonio de la época en que hacer el servicio militar equivalía a un viaje de instrucción y formación. Esta generación levantó la España de posguerra y es la que progresivamente nos va abandonando por simple cuestión de edad o enfermedad. Esta historia resulta extrapolable a muchos aun siendo individualizada y singular.  Recuerda en parte a la literatura antropológica de la historias de vida y junto con el literario tiene innegable valor antropológico, pues presenta con diáfana claridad la vida de una persona, incluso los detalles más privados descendiendo en ocasiones a la corporalidad y terrenalidad de las cosas. Nos habla de los temas cruciales que enfrenta una persona a lo largo de su vida.  Aunque jamás se oculta lo duro de la existencia humana - la novela entera es un monumento a la existencia de los débiles y humildes-, lo cierto es que el tono de la historia experimenta un giro dramático al declararse la enfermedad. A partir de entonces la historia puede entenderse como un auténtico viacrucis plagado de dolor, miseria y no pocos tormentos infligidos en ocasiones por los médicos que atienden con frialdad y casi cruel indiferencia al malhadado paciente. Pero ningún viacrucis existe sin su Verónica (la esposa del protagonista) ni sin su Cireneo (el doctor que le trata finalmente y logra cronificar la enfermedad). Entre todos hacen posible el combate cuerpo a cuerpo con la vida. La vida es dolor, se esfuerza en demostrar la existencia de este hombre; dolor, enfermedad, apreturas materiales. La esperanza nunca se pierde, pero es continuamente desmentida y desautorizada por los hechos, lo que ocasiona una vorágine que oscila entre una amplia gama de tristezas y las inevitables ansias de felicidad frustradas. La vida de los humildes es dolor y también lucha. Dondequiera que esté el protagonista, ya sea en el servicio militar, ya sea como empleado en Telefónica, ya sea en el microcosmos de un hospital, todo aparece como un reflejo, como la quintaesencia del país; en efecto, las condiciones sociales, materiales y espirituales se repiten.
            Aspecto clave lo juega el amor y la auténtica caridad. Siendo inevitable la pobreza, la enfermedad, la falsa esperanza y demás males que la gente sufre, al menos los golpes del destino son aminorados por las muestras de afecto que nos prodigan -en  ocasiones-  nuestros semejantes. Los amigos, el médico que le salva y sobre todo la entrañable imagen de la esposa. También el sufriente protagonista es capaz de ejercer la caridad, como lo demuestran entrañables sucesos entre la pequeña comunidad de enfermos que el azar reúne en el hospital.
            Pese a todo, se hace palpable el inevitable paso del tiempo y al final nos preguntamos qué valor tiene lo vivido. Todo sufre la lenta pero mortífera erosión del tiempo. Las escenas de la vida, al final, parecen sueños o espejismos, los años lo engullen todo y nuestra vida ha sido al final, “el paso de una sombra”, un breve sueño soñado por un ser que es poco más que un espejismo. El valor de todo ello para el sujeto de la existencia reside en haber vivido consciente, y sobre todo, consiste en saber entrar en la muerte (o enfrentarse a ella) con los ojos abiertos y la mente despierta. Para los demás queda el consuelo del testimonio, este imago vitae que es la novela y que ha salvado y hecho perdurable a través de las palabras aquellos instantes de una vida que hubieran podido diluirse en la impetuosa corriente del tiempo. La obra que hoy tenemos ante nosotros ha logrado elevar a literatura una vida cotidiana, extraerla, rescatarla, de su diario anonimato, poner a la luz la grandeza de una epopeya silenciosa. En cualquier caso ha dado carta de naturaleza literaria a la vida cotidiana de una persona del común de los mortales, uno de tantos que forman parte de la humanidad anónima, protagonista cada uno de su historia personal (de la cual el tiempo como gran nivelador que es no va a dejar ni rastro de ninguno)…. Pero he aquí que la novela de Amorós ha rescatado una historia de la morada de la oscuridad y del silencio que a todos nos espera, el autor ha tendido su mano para rescatar y mostrarnos literariamente la materia con que está hecha de verdad la vida.