jueves, 3 de junio de 2010

Escritura, exilio y muerte: de Alejandría a Jerusalén


El cineasta Alejandro Amenábar ha estrenado la película Ágora, inspirada en la vida de la célebre filósofa y matemática Hipatia de Alejandría, cruelmente asesinada por una masa fanatizada de cristianos a principios del siglo V. Independientemente de la relativa solvencia histórica de tales filmes, resulta pertinente recordar la figura de la filósofa alejandrina y evocar también a su contemporánea, más joven, la emperatriz y escritora Eudocia, llamada Atenais antes de su conversión al cristianismo. Siguen siendo figuras que despiertan gran interés como lo demuestra la reciente reedición de dos clásicos historiográficos: G. Ménage, Historia de las mujeres filósofas y F. Gregorovius, Atenais, ambos en Herder, 2009.

Durante el siglo IV el cristianismo se había convertido progresivamente en el único culto permitido de un Imperio universal cada vez más autoritario ante los terribles desafíos a que se enfrentaba y que necesitaba de una inquebrantable unidad política y religiosa. Eso supuso que la Iglesia se transformó también en una institución de poder. En el siglo V el paganismo había perdido su importancia en la vida pública, si bien continuaba manteniendo numerosos adeptos.

Hipatia, hija del escritor pagano Teón, fue muy popular en vida (entre sus discípulos se cuenta al cristiano Sinesio de Cirene). Se convirtió en una figura legendaria tras su muerte, resultado indirecto de las tensiones entre el prefecto Orestes (amigo de Hipatia) y la Iglesia de Alejandría representada por Cirilo. No tardó en ser vista como una mártir pagana, símbolo moderno de la libertad de pensamiento.

Junto a ella brilla también con luz propia Atenais. Formada en el culto ambiente de Atenas por su padre Leoncio, filósofo pagano, se convirtió –de grado o por interés- al cristianismo ante la perspectiva de un conveniente matrimonio con Teodosio II. Esta “tránsfuga del paganismo” como la llamó Gregorovius, fue también una notable poetisa, y a ella debemos una de las manifestaciones más antiguas conocidas del mito de Fausto.

Mientras Hipatia, muere fiel a la fe de sus padres, Atenais abraza el cristianismo y se convierte en la imagen de la cultura griega en transición. Sin embargo, no por ser cristiana su destino fue fácil, circunstancias poco claras relacionadas con conspiraciones palaciegas y graves tensiones religiosas entre confesiones cristianas distintas acabaron exiliándola hasta el final de sus días en Jerusalén.

Las diferencias entre cristianos y paganos no fueron como tan a menudo estamos habituados a pensar. Los intelectuales paganos y cristianos se conocían entre sí y se respetaban, viejas familias paganas tenían conversos entre sus miembros; salvo tensiones concretas y esporádicas –por muy dramáticas que fueran- no se había planteado aún el problema de la intolerancia religiosa en sentido moderno. De mentalidad y educación muy parecida, Atenais o Hipatia tenían idéntica concepción del poder imperial, ya fuera el emperador un Dios o su representante solamente. Incluso la moral personal era parecida; en el siglo V se elogiaba la castidad como un acto de independencia. Sabemos que la pagana Hipatia se mantuvo virgen, como hacían muchas cristianas, pese a estar casada. El verdadero problema para paganos y cristianos eran las injerencias cada vez mayores de un poder estatal omnímodo que ahogaba en sangre o castigaba con el destierro cualquier amenaza para la unidad. Salvando las distancias: escritura, exilio y muerte no se hilvanaron exclusivamente en las pesadillas totalitarias del siglo XX.

6 comentarios:

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  2. ¿Te acuerdas de Rafa, y el piso en la Fama? ¿te acuerdas de Panta Rei? ¿Te acuerdas de Daniel? Pues... contacta muchacho: lehto68@yahoo.es

    Revisa Panta Rei: el artículo de Leni Riefenstahl y el de Fritz Lang... jo que tiempos.

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  3. pues no recibo correo... saludos

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  4. Creo que no viene a mal recordar que el fenómeno de la intolerancia por causas religiosas no era inexistente en la antigüedad, aunque no fuera un hecho tan omnipresente como en épocas posteriores. Las ciudades griegas y el imperio romano eran celosos protectores de los cultos públicos y la mentalidad pagana consideraba unidos la falta de culto a los dioses con las catástrofes (naturales o sociales) que a veces acaecían (como menciona Tertuliano). Las persecuciones esporádicas contra los cristianos o, yendo más atrás en el tiempo, la condena por impiedad de Sócrates o la de Protágoras y la quema de las obras del sofista en el Ágora (ya que el propio pensador habría escapado, según nos cuentan esta historia) son ejemplos de que ya antes de la Iglesia uno podía llegar a ser condenado por lo que creyera o, mejor dicho, por lo que no creyera.

    Saludos, estimado amigo.

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