martes, 17 de agosto de 2010

El abismo donde los corales crecen.

El Leviatán, de Joseph Roth



Abrumado por el calor veraniego, acuden muchas imágenes a mi imaginación. La sensación de asfixia, las oficinas apenas activas, los establecimientos cerrados unos por vacaciones y otros por la crisis económica despiertan en mi mente la imagen de las calles desiertas y los negocios cerrados a cal y canto bajo el peso de los rayos del sol en la Argelia descrita por Albert Camus en La peste. No hablemos, por favor, de las noches asfixiantes que pasamos envueltos en denso aire, sudor y oscuridad. Entonces, la evocación vendrá de Ruyard Kipling y su relato La ciudad de la noche atroz. Quizá haya lugares en los que agosto no sea realmente un mes, sino uno de los anillos del Infierno de Dante, porque con el calor, viene aparejado un sufrimiento aún mayor, semejante, aunque sea en mucho menor grado, al de las almas en pena.

Dicho esto, me complazco en dirigir mis pensamientos a otra parte.

La presencia de lo primordial y de lo demoníaco, del Demonio mismo, en la cultura europea es notable. La evocación romántica del paisaje nos persuadirá enseguida del encuentro sublime (que no bello) entre el hombre y la naturaleza. Éremos, montañas y bosques… y también los mares.

Ernst Jünger nos recuerda en su Emboscadura que hay una equivalencia simbólica entre el bosque (para él la sede simbólica de las fuerzas primordiales y hogar del emboscado) y el mar; que de hecho, en el mito, siempre portador de valores intemporales, bosque y mar se unifican. Es, en el fondo, la historia ancestral de Dionisos y los piratas tirrenos que se canta en los Himnos Homéricos: lo extraordinario procede del mar. Los inconscientes piratas raptan a un niño aparentemente inofensivo (en realidad el dios Dionisos) que se transforma en león y los devora, previamente el mástil del barco se convertía en una cepa de vid y las maderas de la embarcación exudaban vino… o sangre. Los marineros que en su desesperación saltaron por la borda para escapar a su destino, se convirtieron en delfines. Lo extraordinario siempre viene del mar. El hombre, recuerda Jünger, busca su fuerza en el mar y en el desierto. Se trata de un entorno amenazador, pero en él se muestran y se adquieren poderes sobrehumanos. Se despiertan las fuerzas primordiales. La mitología no hace sino enfatizar la fuerza de lo primordial. El mar es imagen de este poder primordial inagotable, fuente de vida, de fuerza y de poderes originarios. El titanismo de la vida moderna, con la imagen del Titanic cruzando los océanos que inaugura el siglo XX, no podrá hacer frente a las fuerzas elementales cuando estas se manifiesten, por ejemplo al paso de un iceberg. (Emboscadura, 13 y 15)

El mar aparece entonces como la imagen primordial absoluta, como la encarnación demoníaca de la naturaleza, de los poderes de la naturaleza, y el propio Nietzsche, un hombre oceánico, se identifica con él en su Zaratustra (De los Sublimes), exclamando:

Silencioso es el fondo de mi mar: ¡quién adivinaría que esconde monstruos juguetones! Imperturbable es mi profundidad: mas resplandece de enigmas y risas flotantes.

El mar es imagen del abismo lleno de poderes y presencias ocultas, fuerzas ocultas que a menudo se revelan verdaderamente artísticas y creadoras, como observamos al examinar un mineral, una perla natural o la formación de corales. Fuente de los poderes ocultos que generan vida, la naturaleza es también artífice, artesana, creadora. El hombre que lo ve se siente llamado a intentarlo, quiere crear, quiere ser artista de la misma manera que ella y la imita, tal cosa nos recuerda Hugo von Hofmannsthal en una deliciosa escena ambientada en Venecia, esa ciudad que algún día devorará el mar.

Enfrente había una tienda pequeña, allí titilaban mariposas y conchas verdes y azules, especialmente conchas de nautilo que son de nácar y tienen forma de cuerno de carnero. Me paraba delante de cada tienda, yendo y viniendo entre esas criaturas que ni siquiera de noche dejan escapar la vida de la luz, y me moría de ganas de producir algo semejante con mis manos, de crear algo dentro de mí desde la efervescente felicidad y de arrojarlo fuera. Igual que el aire húmedo y ardiente de la playa de una isla genera espontáneamente a la fulgurante mariposa, igual que el mar, con la luz demoníaca sepultada bajo su peso, crea la perla y el nautilo y los arroja fuera, quería yo crear algo que brillase con el placer interior de la vida y arrojarlo detrás de mí cuando me arrastrase la imparable y arrebatadora caída de la existencia. Y yo sentía las fuerzas obscuras, pero no sabía aún lo que debía hacer.

Hugo von Hofmannsthal, Recuerdo de días hermosos, 59-60

En efecto, la naturaleza (como bien sabía Goethe) tiene su propio proceso creativo, de transformación, visible en la geología o en las plantas, pero también en el nacimiento de las perlas o las formaciones coralinas. Desde tiempo inmemorial el hombre ha estudiado estos procesos, y a veces, ha creído poder imitarlos, o incluso influir en ellos. En este sentido podemos hablar de un procedimiento natural de creación existente en la naturaleza, que el hombre trata de imitar o de acelerar artificialmente, como ocurre con la transformación de los metales y el nacimiento de la alquimia (Mircea Eliade, Herreros y alquimistas).

Por tanto, es pertinente creer que ciertas profesiones de artesanos y artistas tienen algo de mágico, de transgresor y de peligroso. Se corre siempre el peligro de querer manipular la naturaleza en función de intereses particulares (y así nace la magia), intereses que son egoístas; es acuciante el peligro de caer en la tentación y emplear las obras de la naturaleza para el mal, para seducir, para engañar.

Hay un maravilloso relato que lleva por título El Leviatán y que fue escrito por Joseph Roth (1894-1939), en él se cuenta la historia de un artesano judío, llamado Nissen Picnenik, comerciante de corales en la ciudad de Progrody, y cómo fue seducido por el Diablo, encarnado en un comerciante húngaro, para que vendiera corales falsos e incrementara sus ganancias. Fue tentado por la avaricia. Ciertamente, dicho artesano judío trabaja con corales, corales auténticos. El trabajo no era fácil ni barato pero merecía la pena. La belleza resultante de su actividad era inigualable, porque los corales son el producto del tiempo y la acción del mar. Sin embargo, un día –como decimos- apareció el tentador, y decidió emplear corales falsos mezclados con los auténticos, cosa sin duda más pecaminosa aún, que usar sólo los falsos, pues de esta manera profanaba la obra maravillosa de la naturaleza, y por supuesto habría de pagar por ello.

De los artesanos judíos la tradición centroeuropea cuenta historias maravillosas y taumatúrgicas, en parte de ellas da fe el propio Roth en otra obra titulada Judíos errantes; pero sólo hemos de recordar el ambiente misterioso de El Golem (la novela de Gustav Meyrink) o los autores clásicos de literatura yiddish. A los artesanos judíos les envuelve una aureola de sacralidad. Leo Naphta, uno de los personajes más impactantes de La montaña mágica de Thoman Mann, es cristiano converso, su padre Elia Naphta era uno de estos hombres santos, capaces de hacer milagros, y su oficio de matarife era más bien una vocación religiosa:

Su padre…había sido shohet, matarife según el rito judío, oficio muy diferente del que ejercía el carnicero cristiano, que era comerciante y artesano. No así el padre de Leo, que tenía un cargo de funcionario prácticamente equivalente al de un sacerdote. Elegido por el rabino por su destreza y su devoción, autorizado por él para degollar el ganado según la ley de Moisés y de conformidad con los preceptos del Talmud, Elia Naphta…tenía él mismo algo de sacerdotal, una solemnidad que recordaba cómo, en los tiempos antiguos, degollar el ganado había sido misión del sacerdote. … En realidad, Elia Naphta había sido un soñador y un pensador; no sólo un estudioso de la Torá, sino también un crítico de las Escrituras, cuya interpretación discutía con el rabino, y con frecuencia terminaba peleándose con él. En su comarca –y no sólo entre sus correligionarios- era considerado una persona especial, alguien que sabía muchas más cosas que la mayoría, en parte por su naturaleza espiritual pero en parte también de una manera un tanto oscura que, sea como fuere excedía los límites del orden normal. Había en él algo extraño, sectario, como si fuera un elegido, un Baal-Schem o un Zaddik –es decir, un taumaturgo-, por cuanto, según se decía, una vez había curado realmente a una mujer aquejada de una terrible erupción cutánea, y otra vez a un joven que padecía convulsiones, en ambos casos a base de sangre y de recitar determinados versículos.

Thomas Mann, La Montaña Mágica, 638-639

Pero volvamos a Nissen Picnenik, que no es sino un judío iletrado de Progrody, su negocio y su obsesión es la venta y manipulación de corales.

Nissen Piczenik no tenía una tienda abierta al público. Tenía el negocio en su casa, es decir: vivía con los corales, día y noche, en verano y en invierno, y como, lo mismo en su salita que en su cocina, las ventanas daban al patio y además estaban guardadas por gruesas rejas de hierro, reinaba en la casa una penumbra bella y misteriosa que recordaba al fondo del mar, como si los corales crecieran allí y no como si se vendieran. En efecto, por un singular y francamente intencionado capricho de la Naturaleza, Nissen Piczenik, el comerciante de corales, era un judío pelirrojo, cuya perilla de color cobre recordaba una especie de alga rojiza y daba a todo aquel hombre un parecido sorprendente con un dios marino. Era como si él mismo crease o plantase y cogiese los corales con los que comerciaba….

Nissen Piczenik sentía realmente una ternura familiar por los corales. Muy alejado de las ciencias naturales, sin saber leer ni escribir… vivía en el convencimiento de que los corales no eran algo así como plantas, sino animales vivos, una especie de animales marinos rojos y diminutos… y ningún profesor de oceanografía hubiera podido desengañarlo. En efecto, para Nissen Piczenik, los corales seguían viviendo después de ser serrados, tallados, pulidos, clasificados y ensartados. Ya tal vez tenía razón. Porque veía con sus propios ojos cómo sus rojizas sartas de corales comenzaban a palidecer poco a poco en el pecho de las mujeres enfermas o enfermizas, pero conservaban su esplendor en el de las mujeres sanas.

Joseph Roth, El Leviatán, 12-13

Para él, su trabajo era una especie de contemplación religiosa de las obras de la Creación. No le interesa la biología ni saber qué clase de criatura era un coral, para Piczenik no tenía sentido preguntarse si los corales son minerales, animales o vegetales.

Tenía su propia teoría, muy especial, sobre los corales. En su opinión eran… animales marinos que, en cierto modo sólo por inteligente modestia, fingían ser árboles y plantas, a fin de no verse atacados y devorados por los tiburones. Era ardiente deseo de los corales ser cogidos y llevados a la superficie de la tierra, tallados, pulidos y ensartados, para servir finalmente al verdadero fin de su existencia: ser joyas de las hermosas aldeanas. Sólo allí, en el cuello blanco y firme de las mujeres, en la proximidad más íntima de la arteria palpitante, hermana de los corazones femeninos, los corales revivían, adquirían brillo y hermosura y ejercitaban su mágico poder innato de atraer a los hombres y despertar pasiones amorosas. Verdad era que el viejo Dios Jehová lo había creado todo, la tierra y sus animales, los mares y todas sus criaturas. Sin embargo, al Leviatán, que se enroscaba en el fondo primitivo de las aguas, el propio Dios había confiado por cierto tiempo, es decir hasta llegada del Mesías, la administración de los animales y plantas del océano, y especialmente de los corales… Todos los habitantes de Progrody y sus alrededores estaban convencidos de que los corales son animales vivos y de que el Leviatán, el pez original, vigilaba bajo los mares su crecimiento y conducta. No se podía dudar de ello, puesto que lo había dicho el propio Nissen Piczenik.

Joseph Roth, El Leviatán, 13-15

Se sabe llamado a una labor superior, a tratar con esos materiales enigmáticos y milagrosos que son los corales, de los que resultan joyas poderosas, mágicas, auténticos talismanes. Al mismo tiempo siente auténtica nostalgia por el mar, por lo primigenio; se siente interesado, atraído por los abismos marinos, y así nos lo hace saber J. Roth: “La nostalgia del mar, la patria de los corales, la llevaba en el corazón”, p. 23 Nostalgia esta que nunca se extingue, que le lleva a preguntar a marineros que han visto el mar las preguntas más ingenuas imaginables, a desear cruzar el Atlántico, pero sobre todo indagar a orillas de las corrientes de agua, ríos o pantanos, por si este elemento primordial quisiera comunicarle algún arcano secreto procedente del lugar donde crecen los corales, de las profundidades abisales custodiadas por el gran Leviatán en el fondo del mar primordial. En su cabeza todas las corrientes y mares del mundo forman parte de un único y antiquísimo mar primigenio.

Pero un mal día –como ya hemos adelantado- Nissen Piczenik se encontró para su desgracia con el comerciante Jenö Lakatos, de Budapest, quien le persuade de comerciar con corales sintéticos, fabricados de celuloide.

De esta forma tentó el diablo al comerciante de corales Nissen Piczenik por primera vez. El diablo se llamaba Jenö Lakatos, era de Budapest e importaba los corales falsos a tierras rusas, unos corales de celuloide que, cuando se encienden, arden tan azuladamente como la cortina de fuego que rodea el infierno… Y el diablo sugirió al honrado comerciante de corales Nissen Piczenik la idea de mezclar corales falsos con los auténticos... Nissen Piczenik, seducido y cegado por el diablo, mezcló los falsos corales con los auténticos, traicionándose así a sí mismo y traicionando a los auténticos corales.

Joseph Roth, El Leviatán, 53-54

No en vano el diablo es padre de la mentira, ahora Nissen Piczenik emprende un camino peligroso y un pecado lleva a otro, pues se sirve de corales falsos para combinarlos con los auténticos, y como hemos dicho “mezclaba lo auténtico con lo falso… y eso era aun peor que si no hubiera vendido más que lo falso”. Como era de esperar, las consecuencias no tardan en llegar en forma de un castigo, en el que de manera terrible una vida inocente habrá de ser sacrificada por los pecados de otra persona.

Un día vino el rico cultivador de lúpulo a casa de Nissen Piczenik y le pidió un collar de coral para una de sus nietas, contra el mal de ojo.

El comerciante de corales ensartó un collarcito de corales de celuloide, exclusivamente falsos, añadiendo: “Son los corales más hermosos que tengo”.

El campesino pagó el precio apropiado para corales verdaderos, y se fue a su pueblo.

Su nietecita murió una semana después de haberse colgado del cuello los falsos corales, una horrible muerte por asfixia, de difteria. Y en el pueblo de Solovietzk, en donde vivía el rico cultivador de lúpulo… se difundió la noticia de que los corales de Nissen Piczenik, de Progrody, traían mala suerte y enfermedades.

Joseph Roth, El Leviatán, 55

Esta fue la primera de una cadena de desgracias y de muchas más muertes por difteria que fueron atribuidas a los funestos corales. De alguna manera la muerte del inocente recuerda a la muerte de los inocentes en otras circunstancias mefistofélicas (Gretchen, en el Fautsto de Goethe o el niño Nepomuk en el Doktor Faustus de Thomas Mann) Nuestro comerciante de corales se arruinó, su buen nombre desapareció, la gente evitaba su compañía y le negaba el saludo como si fuera un ser nefasto, su mujer murió y su vida se confinó -durante un tiempo- a la taberna, para escándalo de sus correligionarios. Mientras tanto, el embaucador Lakatos se había enriquecido vendiendo corales falsos y robándole la clientela al desafortunado judío.

Desengañado, resucita en él la nostalgia por el mar originario y el gran Leviatán, de manera que reduce sus corales falsos a cenizas, no sin antes asegurar al diabólico húngaro que su interés de ahora en adelante irá únicamente a corales que sean verdaderos. Para ello, recurre a la huída, desea cruzar el Atlántico hasta América, antiguo sueño del anciano judío gestado al hilo de las conversaciones con viajeros y marineros, y a tal fin embarca en el Fénix. Su huida es un ansia de infinito, de unión con lo absolutamente Único, de reencuentro con lo Absoluto, materializada aquí en la figura del océano. Por eso, el trágico final del barco, que se hunde en las profundidades del mar, no es tal para el viejo Piczenik. Muy al contrario, ese final representa el regreso al origen, a las aguas primordiales, con sus amados corales.

Sin embargo, en lo que a Nissen Piczenik se refiere, que se hundió entonces también, no se puede decir que se ahogara sencillamente como los otros. Más bien… volvió a casa con sus corales, en el fondo del océano, donde se retuerce el poderoso Leviatán. Y, si hemos de creer el relato de un hombre que, por un milagro… escapó a la muerte, tendremos que decir que Nissen Piczenik, mucho antes de que estuvieran llenos los botes salvavidas, se tiró al agua por la borda para reunirse con sus corales, con sus corales auténticos…. Su puesto estaba entre los corales y… el fondo del océano fue su única patria.

Joseph Roth, El Leviatán, 64

Roht nos dice que allí descansará hasta la llegada del Mesías, como otros héroes del viejo folclore europeo, que se encuentran confinados en cuevas y montañas hasta el final de los tiempos por haber traspasado toda medida humana en su ansia de unión con el infinito o en su deseo de servirse o superar con su arte a la naturaleza divina. En esta obra se condensan muchas más cosas que antiguas y hermosas leyendas yiddish, lo prometeico y fáustico de la misma la emparentan con las mejores obras de la tradición alemana. Sumergido en estos pensamientos marinos y coralinos he tratado de esquivar el calor de estos días. De la trágica vida del infortunado Joseph Roth, fulminado por las terribles fuerzas infernales que se abatieron sobre el mundo en 1939, han quedado diversos testimonios del propio autor (cartas y los artículos que conforman La filial del Infierno en la tierra), además del libro de Soma Morgenstern, Huida y fin de Joseph Roth), pero merece ser tratada -merece ser llorada- en otra ocasión.

5 comentarios:

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  2. Querido José Antonio, la búsqueda de lo primordial ejemplificada en el océano y los corales no es sino la eterna búsqueda de lo primitivo, la búsqueda del origen, donde se encuentra la pureza (un tema por cierto muy platónico y que nadie ha tratado porque no se ha entendido bien al gran filósofo).
    Saludos. Notorius

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  3. Platón parece que ha buscado siempre lo primordial, como cuando habla del origen de las palabras o del andrógino. Es algo que se le supone al filósofo, como el Empédocles, la tragedia escrita por Hölderlin que se une a la tierra tras saltar al volcán;esta obra por cierto fue muy admirada por Nietzsche, quien pretendió escribir su propia versión. Es la nostalga de la Único y de lo Primordial, cosa que paradójicamente nadie puede ver frente a frente. Pocos han podido ver la zarza ardiendo...

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  4. El bosque y el mar comparten el ser parte por excelencia de ese mundo "informal" ajeno a los quehaceres de la vida mundana. Toda historia, como señalan las funciones de Propp, empieza precisamente cuando uno sale de la cotidianidad para adentrarse en lo desconocido, en regiones dónde no rigen las normas que hasta entonces habían marcado su vida.
    Adentrarse en la profundidad de un bosque o penetrar en el mar más allá del lejano horizonte que se puede percibir desde la costa, son limites muy claros que el hombre distinguió desde el principio.

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