domingo, 4 de septiembre de 2011

Henryk Sienkiewicz: Los estratos profundos del alma

Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque ésa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Rubén Darío, Lo Fatal

Hace poco un amigo muy querido me hizo un inesperado regalo; sencillamente me habló de un relato titulado El torrero, del escritor polaco Henryk Sienkiewiz. Me sobrecogió la historia de un viejo soldado ausente muchos años de su patria y que no tenía mayor deseo que encerrarse los años que le quedaran de vida en el faro de una isla para mandar señales a los barcos. Era una labor monótona, regular, que había de repetirse con enorme precisión en un ciclo sin fin, al tiempo que su protagonista quedaba más y más encerrado en la isla, más igualado al paisaje, más ausente de cualquier relación con la tierra firme. El viejo soldado acallaba así el dolor que le producía haber vivido una larga existencia llena de penalidades, lograba así extinguir su voluntad, aplacar cualquier llamada de su interior. Lo habría conseguido, como en las metamorfosis de la Antigüedad, habría logrado transmutarse en piedra, en río, en árbol, en cualquier cosa no sensitiva, habría acallado para siempre su dolor y su desencanto; el peso de los años hubiera hecho el resto y la muerte le habría tendido por fin su mano generosa ofreciéndole la paz. Pero no había de ser ese su destino, y quienquiera que lea El torrero sabrá que la voz de un poeta patrio llegada de lejos logró despertar al durmiente, dejando caer en sus labios el agridulce néctar de la nostalgia y la llamada del hogar que le esperaba.



Abrir un libro (-se entiende qué clase de libro-) siempre es cruzar una puerta hacia el interior de una estancia desconocida, por muy elaborada que sea la imagen previa que de ella se tenga siempre es otra cosa lo que encontramos. Es algo iniciático. De dicha estancia no se puede salir por la misma puerta, otros corredores y pasillos se abren, y nunca regresa uno siendo el mismo. Algo así le ocurrió al torrero de la mencionada historia al pasar la vista por los versos de A. Mickievicz. El acto en sí de la lectura, tal y como lo entiendo yo, es un misterio y una consagración que a veces puede adoptar la apariencia de una señal del destino, cuando coincide con un acontecimiento de nuestra vida, el cual adquiere entonces la categoría de oráculo. El torrero llegó a mí cuando estaba descubriendo Polonia y su cultura, enfrascado en las labores de corrección para la primera traducción española de una tremenda novela de guerra titulada Caballo en el monte de E. Malaczweski (autor muy distinto a Sienkiewicz pero que me cautivó de inmediato). Al mismo tiempo me resultaba muy difícil no ver en el relato del viejo torrero ecos schopenhauerianos: la negación de la voluntad, el deseo de acallar la voluntad, la función casi narcotizante del paisaje. Esto era sin duda otro oráculo para mí, pues llegaba en un momento en que profundizaba más, por otras circunstancias y obligaciones, en la obra de Schopenhauer. Supuse que había un sentido en todo ello, o al menos yo quería dárselo, me dejé conducir por la corriente del destino; busqué y encontré. Escuché mi particular tolle lege.

Encontré que Sienkiewicz, como Zola o como Baroja, había escrito una novela schopenhaueriana, más aún que El torrero. La novela, de corte psicológico y escrita a modo de diario, se titulaba Sin Dogma. Cayó en mis manos en una vieja traducción, publicada en Barcelona el año 1900 por Camilo Bargiela. El personaje central, León Ploszowski, un polaco afincado con su padre en Italia, se presentaba al lector como un hombre enfermo de civilización, hastiado de ella por sobreabundancia y sin energía vital alguna. Criado entre las ruinas de Roma y las colecciones artísticas de su padre, que era un enfermo físico en realidad y que de hecho moría a mitad de la trama, huérfano de madre desde niño, creció en un ambiente culto, demasiado culto quizá, marcado por el diletantismo y anticuarismo del padre, que se mezcló con la melancolía propia ante la ausencia de la madre.

Pronto el lector se convence de que el protagonista carece de convicciones y de voluntad, es patente su desinterés por una profesión práctica; siendo hombre de elevada cultura, no desea estudiar ni le conmueve misterio alguno aun siendo más inteligente que la mayoría de sus compañeros. La palabra que le define es apatía. Ploszowski lo reconoce abiertamente en la confidencialidad que le permite su diario: “El hombre es semejante al mar; tiene también su flujo y su reflujo. Hoy ha llegado la hora del reflujo de mi voluntad, de mi energía, del deseo de obrar, del mismo deseo de vivir”. Ploszowski sabía perfectamente que puede vivir de sus rentas y no pretende hacer otra cosa. En sus relaciones con las mujeres era igualmente vacío y se veía incapaz de amar verdaderamente. Sus relaciones amorosas eran esporádicas y poco duraderas, ni siquiera aventuras galantes que le diviertan.

Un viaje a Polonia altera la situación. Allí una anciana tía que intenta hacer de casamentera logra que de verdad se enamore de una prima llamada Ángeles, y ésta de él. Siendo evidente el “reflujo de su voluntad” del personaje, no podía sorprender que dócilmente cediera a los planes de boda que se dibujaban para él. Sin resistencia acepta el juego, pero sin resistencia se olvidará de él cuando vuelva a Roma por la enfermedad del padre y caiga en brazos de otra mujer. No obstante la mutabilidad de su carácter, León Ploszowski estaba enamorado realmente de su prima Ángeles, sin embargo es un amor enfermizo, nacido muerto en realidad, pues nada sano podría nacer de un hombre así. Hay algo en él que por momentos recuerda al príncipe Hamlet, desorientado, confuso, no quiere querer, no quiere actuar. Diríase que ansía la Nada. De nuevo escribe en su diario: “Los que han perdido la fe, los que no creen ya en la ciencia ni en el poder de la razón, los espíritus más cultivados…. toda una multitud, dudosa del camino que ha de seguir, desprovista de dogmas, errante y sin brújula, se hunde… en la inmensa niebla mística. He llegado a esas riberas y siento ya la atracción del abismo”. Su inconstancia provoca una tortuosa relación con Ángeles, casada finalmente con otro hombre que la merece menos aún, el avaro Chwastowski, que dilapida su patrimonio y muere arruinado, labrando también la perdición de su esposa. La historia no puede por menos que desembocar en una tragedia familiar de funestas consecuencias; Ángeles muere enferma y León decide seguirla. Es cierto que la alusión a un suicido del personaje, contradice la visión schopenhaueriana según la cual el suicidio no es sino una forma de querer vivir mejor, sin dolor, pero la negación de la vida y de la voluntad, y hasta la concepción del amor que recuerda a la armonía de los contrarios, resultan evidentes en la psicología del personaje. En medio de un triunfo absoluto de la muerte y la desesperación, el protagonista no desea otra cosa que hundirse en la Nada, sentimiento que le ha acompañado a lo largo de toda la historia, ahora con mayor razón afirma: “Aquí abajo, donde tanto hemos sufrido, que se haga al menos, el silencio sobre nuestras tumbas”.

Este libro que abrí el pasado mes de abril me llevó inesperadamente a estancias más sombrías y tenebrosas que los marmóreos palacios de Quo vadis. De la Roma llena de vida, dramáticamente envuelta en un conflicto que había de decidir el mundo, pasé una Roma fría como un museo, habitada por una sombra incapaz de todo sentimiento auténtico. La imagen de las profundidades de un alma enferma, carente de voluntad, funesta para quien se acercara a ella, no parecía obra de la misma persona que escribió la epopeya polaca plasmada en la trilogía nacionalista A sangre y fuego, El diluvio y Un héroe polaco, donde tipos humanos heroicos fuertes y nobles luchan hasta el fin; y sin embargo así era. De nuevo entramos, con la experiencia casi chamánica de la lectura, por una puerta a una estancia desconocida, que nos lleva quizá a un jardín de senderos que se abren en una variedad infinita, el alma humana es arrebatada a un mundo ignoto, para confrontarse, para reconocerse quizá, y vueltos ya a nosotros mismos, el alma nos dice, como en los versos de Omar Khayyan.: “Yo soy el cielo, y el infierno”.

8 comentarios:

  1. Querido José Antonio, el principio y el final de tu artículo son excelentes. Las referencias autobiográficas contribuyen a dar unidad a esa pretensión de que el destino mueve el hilo de las lecturas y les concede sentido dentro de un contexto más amplio. Veo que sigues enredado con Schopenhauer y su influencia en la literatura polaca, cuestión que ya hemos comentado que no es descartable. El personaje central de la novela polaca, "Sin dogma", me recuerda a ciertos ciertos caracteres de la literatura rusa del siglo XIX.

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  2. Sí, recuerda sin duda al dandismo de algunos personajes como Bronsky en Anna Karenina, u otros enfermos de civilización como el joven teniente que es el protagonista de Los Cosacos, también de Tolstoy. El origen está en Pushkin y su Eugenio Onegin. Lamentablemente para Ploszowski no hay regeneración ni redención posible, su destino es la nada, la aniquilación de la propia voluntad...Ploszowski es descaradamente biologicista en su concepción del amor, citando directamente no sólo a Schopenhauer, sino incluso a Darwin y a Spencer.
    Saludos

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  3. Aunque sin duda estas lecturas y tu reflexión sobre las mismas no son aptas para cualquier intelecto y denotan sobresaliente y admirablemente tu alta cualificación humanística, histórica y filosófica, espero que pronto trates de textos que emanen más positivismo y esperanza, por favor, pues en los tiempos que corren necesitamos más de lecturas que nos inspiren aliento que nos creen desasosiego y desesperanza :-)

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  4. Hay ciertas lecturas que no se pueden hacer el día de difuntos. (Eso era un chiste).
    Gracias por tu comentario, lo tendré muy en cuenta.

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  5. Era sólo una sugerencia para un hombre de contrastes como tú, pues tanto el drama wagneriano, como los poéticos lieder de Schubert, o incluso los divertimentos de Mozart tienen cabida en el evocador paisaje polaco, por ejemplo. Sea como sea, es tu blog y escribas lo que escribas siempre será un lujo y un placer poder leerte (incluídos tus chistes)

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  6. Así lo he entendido, de nuevo gracias por los comentarios, que son siempre bienvenidos, porque este blog está un poco desierto y casi nadie escribe en él. He estado pensando en tu sugerencia de inspirar aliento, ya te dije que la tendría muy en cuenta. Planteas una cuestión difícil aunque muy interesante: porque entonces la escritura tendría una dimensión no meramente contemplativa, sino social, activa. No siempre se escribe con esa intención, es decir, con ánimo de influir o animar a los demás. Sí, siempre con ánimo de ser leído, pero no siempre para mover a los demás. No todos los escritores son militantes.... No sé, no sé... Es un tema sobre el que merece la pena reflexionar. Dime algo si te parece, ahí hay una buena sugerencia para una futura entrada en el blog. Y de nuevo, gracias por tus comentarios, aunque seas "anónimo"...

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  7. Creo que tu blog simplemente está poco difundido y que de hacer saber más de él sería muy interesante para ti y para todos, y aunque sigo opinando que no es apto para cualquiera, bien es verdad que tu discurso te hace aprender y desarrollar no sólo el pensamiento sino la curiosidad (aunque sea tecleando en Google Sienkiewz-Malaczweski-Mickievicz, que me ha hecho retroceder a aquella época del instituto cuando recién llegados imberbes del colegio nos disparaban con toda naturalidad nombres como Eurípides, Sófocles y Esquilo), y puesto que hoy en día muchos blogs de Internet o articulistas de más o menos reconocido prestigio se limitan o bien a darnos sus migajas o bien simplemente a dar una visión generalista como cualquier ciudadano de a pie de casi cualquier tema (lo cual no es de desmerecer pero son o somos como la mayoría), pues se agradece sobremanera que siempre haya personas que puedan aportar y compartir con los demás un algo más, un algo distinto y un algo con buen fundamento.

    José Antonio, para serte sincera y aun a riesgo claramente de desilusionarte, siento decir que mis pretensiones no iban en la dirección de intentar reflexionar sobre la función social de la literatura, o de cualquier tipo de manifestación artística en realidad, sino desear más bien que alguna vez nos brindes un artículo donde sus protagonistas también consigan que al final esbocemos una sonrisa, de ternura, de divertimento o de simple complicidad con los mismos, y veamos ese rayo de esperanza pues no en vano, la esperanza, pese a todo lo terrible, es lo que quedó por último en la caja de Pandora, y también está ahí.

    Siento lo de Anónimo, que en mi caso debiera de ser en femenino, Anónima (la tendencia de hoy en día sería ser simplemente Anonymous), pero, y salvando las distancias, parafraseando al famoso centurión romano que le dijo al Señor aquello de que no era digno de que Él entrara en su casa, realmente que yo pueda comentar nada de lo que tú digas o mucho menos sugerir temas de los que hablar, es realmente cuanto menos para darse una carcajada (¿ves?, ya he hecho mi aportación a la causa por lo positivo), y el hecho de que en realidad sí que nos conozcamos personalmente pues me evitará que asocies mi nombre a semejante palabrería mía.

    Bueno, en cualquier caso, te seguiré leyendo atenta y si sigues publicando en el blog, me permitirás seguir aprendiendo, lo cual de antemano te agradezco.

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  8. Muchas gracias, esto merece la pena discutirlo y pensarlo con calma más allá de comentarios breves. Gracias por tu paciencia leyéndome. Además tomo buena nota de todo, y como ya hemos dejado atrás el día de difuntos podemos sonreír.

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