Semanas atrás soñaba con el otoño
y sus tonalidades doradas, anaranjadas y rojizas; la cegadora luz blanca del
verano y la pesada atmósfera de agosto me mantenía en un estado de repliegue
bajo de unos días sin nubes ni viento que pesaban como cadenas. Ahora que la
opresión de un aire llameante empieza a ceder regresan también los deseos de
pasear y volver a pasar los ojos por aquellos libros que son como retazos de
una patria perdida que uno ansía volver a ver antes del último día. De entre
esos libros, que tanto significan, he rescatado algunos poemas épicos que he
ido leyendo a lo largo del tiempo.
Siento desilusionar a quienes sin duda me achacarán alguna perversión política,
pero amo la épica, lo cual es tanto como decir que amo el heroísmo y veo en la
lucha, con tal de que sea noble, la oportunidad de elevarnos por encima de la
tierra.
En mi intento de salir de la
vorágine diaria vuelvo a las fuentes de la creación y regreso a la epopeya y al
romancero. Desfilan ante mí sobrecogedores sueños que anuncian terribles males,
como el que revela a don Rodrigo la ruina de su reino, un sueño entre música
misteriosamente armónica y una sirvienta más enigmática aún de nombre Fortuna
que desvela el enigma al desventurado rey. La penitencia de don Rodrigo es
sumamente llamativa: enterrado en vida con una monstruosa serpiente de varias
cabezas. Los augurios y los sueños abundan y hasta se mezclan, el extraño sueño
del último rey godo ocurre casi en estado de vigilia, y parece que la
naturaleza misma se está conmoviendo (los vientos son contrarios, la luna está
crecida). En el viejo romancero castellano palpitan ecos antiguos, como en el
caso del sueño de la dama cuyo caballero muere en Roncesvalles, y que ve cómo
un águila devora un azor. Semejante augurio contempla Nuño Salido, ayo de los
infantes de Lara.
Las fuerzas de lo primordial
afloran con fuerza, la llamada de la sangre y la venganza, el poder
irresistible del juramento y el orgullo indomable del guerrero. De entre estas
fuerzas elementales la venganza es la fuerza más terrible y fiera: es responsable
de la pérdida de España, perdura en las nuevas generaciones como cuando Mudarra
venga a sus hermanastros los infantes de Lara, a los que ni siquiera había
conocido. Un juramento es grave y obliga hasta lo insospechado y es un mal
juramento lo que enemista a Alfonso el Casto y Bernardo del Carpio, al Cid y al
rey Alfonso. La independencia y orgullo de los héroes del romancero castellano
alcanza fácilmente la soberbia, y así el Cid no se arrodilla ni ante el Papa,
“por besar mano de rey no me tengo por honrado/ porque la besó mi padre me
tengo por afrentado”; Bernardo del Carpio reta orgulloso al rey a que asalte
personalmente su castillo, y todo ello actuando siempre en nombre y para
beneficio del propio rey al que se ha desafiado. Las afrentas al honor se
castigan de modo inexorable, como en el caso del conde de Saldaña encerrado de
por vida por engendrar un hijo con Jimena, la hija de Alfonso el Casto; también
la muerte del conde Lozano a manos de un Cid juvenil por la afrenta cometida en
la persona de su padre; aun teniendo perfecto derecho a ser el vengador
paterno se casa con Jimena para compensarla de la pérdida: “hombre quité y
hombre doy”
Paseo los ojos por estos antiguos
caminosde polvo, sudor y hierro. Casi puedo decir sin temor a equivocarme que el mundo
real es todo menos épico; de hecho bien podría decirse que nuestro tiempo es
probablemente la edad más antiheroica que haya existido jamás. Si bien es
difícil acabar con lo heroico, puesto que siempre ha habido héroes e incluso en
los momentos más oscuros brilla la virtud, hemos de admitir no obstante que la
vida cotidiana no es el hábitat natural del héroe, puede serlo del pícaro y de
una serie de antihéroes, pero en nuestro mundo alcanzamos el plebeyismo, más
natural, mucho antes que la nobleza, la incómoda sospechosa a la que hay que
combatir y ridiculizar. Solamente la
epopeya es el único lugar donde los héroes de triste figura no son vistos como
una incongruencia ridícula y dolorosa. Precisamente porque si los hechos que se
narran ocurrieron alguna vez, éstos se han deformado considerablemente, es
decir, casi pertenecen al terreno de la fantasía. Todo ello me anima a releer más
allá del viejo romancero castellano.
También a través de otras
tradiciones vemos que el medio natural de la epopeya es la trasmisión oral, bardos
guerreros y aedos ciegos cantan hazañas para generaciones enteras que no habían
nacido aún; las consecuencias que sufre la tradición épica en su traslado a la
cultura escrita no son siempre buenas. Normalmente las tradiciones heroicas se
ponen por escrito cuando éstas agonizan y la memoria se ha vuelto débil, ya que
la oralidad va a dejar de ser pronto su vía de transmisión y hay que garantizar su pervivencia mediante
la escritura. Las tradiciones épicas son muchas y muy diferentes entre sí. Sin
embargo hay elementos de afinidad por doquier: el buen nombre y la memoria de
sí, el amor por los hechos esforzados, la lucha contra el destino, la
personalidad trágica, una relación especial entre el héroe y Dios o los dioses,
la victoria final incluso la victoria por la muerte.
Gracias a Homero tenemos las
personalidades heroicas más apasionantes de todos los tiempos. Basta recordar a
Aquiles y Héctor. Precisamente en la
Iliada vemos la voluntad unificadora de un genio creador. Aquiles
es un héroe por naturaleza (mientras Héctor lo es por obligación), es Aquiles
quien desea que su nombre perdure eternamente, pero no es el único cuyo deseo
de un buen nombre y fama le lleva a realizar hechos memorables, porque como
recuerda el poema de Fernán González: El uiçioso e el lazrado amos an de moryr,/
el vno nin el otrro non lo puede foyr,/ quedan los buenos fechos, estos han de
vesquir,/dellos toman enxyenplo los que han de venir. Ecos de viejos cantares
guerreros afloran en el Libro de Samuel cuando leemos la canción: Saúl ha matado a mil,
pero David ha matado a diez mil.
Esta constante tensión hacia lo
sublime hace que veamos con claridad el parentesco de la epopeya con la
tragedia más oscura en la que los más fieros enemigos son de la misma sangre; recordemos
el cantar de Hildebrando en el que se canta cómo lucha padre contra hijo. La
venganza de Krimilda se dirige contra sus propios hermanos, sabe que su muerte
causará también la de Ute, la matriarca del clan. Arturo lucha contra su hijo.
Estas personalidades que exceden la medida sobrepasan claramente los límites
humanos. Aquiles conoce su muerte con anticipación y pese a todo lucha. Nadie
negaría que Héctor y también Príamo son figuras trágicas. Finalmente Aquiles en el
mundo de los muertos renuncia a la gloria y añora la vida. En medio del dolor y
del odio a muerte florece el respeto por el rival, con devoción se lee que Aquiles
devuelve el cadáver de Héctor y honra a su padre; que Fernán González devuelve
los cadáveres del rey de Navarra y del conde de Tolosa con todos los honores; y
los burgundios son respetados por sus enemigos en los Nibelungos.
A veces la injusticia se abre
paso y el Cid es desterrado, Rodrigo pierde España, Roldán es traicionado; Héctor
muere, Troya cae. Pero finalmente se ven cosas asombrosas, el héroe puede
vencer después de muerto como El Cid o llegar a conocer a los dioses como en los
Nibelungos y la tradición homérica, o en el poema del conde Fernán González,
que cuenta con la ayuda de Santiago contra los moros. Sabios, profetas y magos
forman parte de las amistades del héroe, como Frikke y Volker en los Nibelungos
o el abad Pelayo que profetiza grandes hazañas al conde Fernán González en su
primera visita al monasterio de San Pedro de Arlanza o Merlín en el ciclo
artúrico. Entre estos bardos hay también quienes tienen la condición de héroes,
en momentos maravillosos la epopeya invade la epopeya. La epopeya se muestra a
veces dentro de la epopeya y hay bardos que aparecen en la corte de los reyes, así
en los poemas homéricos o través de personajes como Volker en los Nibelungos y Osián,
poeta y héroe. A los poderosos amigos entre dioses y mortales se puede unir una
espada mágica invencible, como la
Excalibur de Arturo, la Durandarte de Roldán o la Balmong de Siegfried, o la
espada de Goliath que blande el joven David. A veces hay un extraño y temerario
sentido de invulnerabilidad que acarrea a la larga la perdición de héroes como
Siegfrido o Aquiles. La vulnerabilidad viene acarreada del fracaso en la
confianza, y aquí entran los grandes traidores como Ganelón en el Cantar de
Roldán, Hagen en los Nibelungos o los hijos de Witiza y el conde don Julián en
la pérdida de España. Finalmente un halo de misterio rodea la figura de un
desgraciado rey que desaparece sin dejar rastro, llevándose consigo la
esperanza aunque quizá para volver algún día; así ocurrió con Arturo o Rodrigo,
como en tiempos mucho más antiguo le sucedió al rey Rómulo. De la grandeza de
la épica aprendieron muchos escritores, y así vemos el tema de los Infantes de
Lara aflorando en el teatro español y la figura de Rodrigo que reaparece en El
Puñal del Godo de Zorrilla. También novelistas de desigual genio y fortuna,
como Tolkien (cuyas fuentes nacen en la saga germánica, la tradición artúrica, y
el Beowulf), como Gogol cuando levanta un monumento a Homero al escribir
Taras-Bulba, como Fr.Hebbel al recrear el mundo de los Nibelungos (y lo mismo
con los libretos de R.Wagner).
Así, llevado a lejanos
escenarios, fui sobrellevando los asfixiantes calores veraniegos en una edad no heroica.
Te ha faltado el bueno de Ígor pero te lo perdono. ;D
ResponderEliminarCierto,la hueste de Ígor marchando hacia el eclipse.... qué momento.
ResponderEliminarY pese a todo, la epopeya sigue en muchos casos tan vigente como en otros tiempos, aunque, por supuesto, solo en las novelas. Personalmente, me gustaría investigar más este género, especialmente en sus orígenes (de la que supongo que la aventura de Gilgamesh será de las primeras de este tipo).
ResponderEliminarPor otro lado, el asunto de los héroes en la actualidad... bueno, es posible que en los tiempos que corren eso solo sea más que vestigios de un pasado perdido, pero también es cierto que a muchos héroes solo se les conocen en momentos de crisis o bien después de muertos.
Hola, gracias por tu comentario. Me alegra haber vuelto. El tema de la heroicidad en tiempos contemporáneos nos lleva en realidad a un terreno lejos de la épica.... Espero poder hacer una reseña sobre Jacob Burckhardt y su ensayo "La grandeza en la historia", para el blog "Trazos en la arena histórica".... POr otra parte, hay ciertos elementos de épica en los célebres "narcocorridos", el problema que se plantea con este tipo de "épica" (si podemos llamarla así) es ético, pues en algunos casos podría pensarse que hacen apología del delito.... Claro que la épica yugoslava que estudió Milam Parry era cruel y descarnada; y Goethe ya dijo del mundo de los nibelungos que era primitivo. También en las tradiciones épicas hay gradaciones, y en ese sentido puede que nadie haya superado a la Ilíada, que pese a sus carnicerías logra que veamos brillar indemne pese a todo la grandeza humana ante el dolor, y quizá solo así entendemos la frase de Nietzsche en su trabajo sobre la concepción homérica de la vida: "La guerra y el valor han hecho por la humanidad más que el amor al prójimo".
ResponderEliminarQuerido José Antonio, has escrito un artículo enriquecedor sobre la épica comparando elementos de diferentes sagas. De nuevo reluce tu interés por lo primordial, por lo primitivo, un tema que, como sabes, siempre me ha apasionado. ¡Esa edad en la que el hombres estaba más cerca de los dioses¡ Un tema muy interesante, pero muy difícil, es el tránsito de la oralidad a la escritura que está sugerido en el comentario que haces. No sé si lo hemos comentado en algún momento, pero en todo caso te recuerdo el libro de Carlyle, "Los héroes". Saludos. Notorius.
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