A
través de un relato extraordinariamente fiel a la vida real, sin
aparentes sutilezas, conocemos la vida de Juan Serrano, un hombre sencillo. Pero
nada menos que todo un hombre, de existencia real y que vive aún, cargado de
años y de recuerdos. Este hombre tuvo la feliz idea de plasmar en unos diarios
las peripecias de su azarosa vida en la España de posguerra. Aquello fue un alarde de
generosidad de Juan Serrano, pues dichos diarios y anotaciones se convirtieron
en un tesoro familiar; fueron conocidos por Pedro Amorós, quien por expresa
petición de su protagonista y su familia, decidió novelar los acontecimientos
recogidos en los cuadernos, y con ello la historia de un hombre normal, de sus
anhelos y de sus desengaños (que eran los de toda una generación), de sus penas
y alegrías (que eran las suyas propias, sin embargo tan parecidas y similares a
las de tantos otros), entraron por la puerta de la literatura. El silencio de
una vida sencilla rompió los estrictos márgenes de la familia y del círculo más
estrecho de amigos y familiares para convertirse en la muestra ejemplar de una
generación a la que ahora vemos cómo se dispone a desaparecer y casi se despide
ya de nosotros. He aquí Extraña victoria, un testimonio que se ha salvado de la
corriente eterna del tiempo.
El
valor de la historia, por paradójico que resulte, reside en que no cuenta nada en
apariencia extraordinario; es la existencia sencilla de un hombre que lucha por
sobrevivir, trabajar, salir adelante, casarse y fundar una familia; entre sus
muchas batallas, la peor y más dura es la lucha contra una destructora
enfermedad. En seguida se aprecia que la historia es cotidiana, una épica de la
vida diaria, la visión intrahistórica de una época con la que tantos podrían
identificarse y decir: “Esta también es mi vida, yo me reconozco aquí”. Pues
qué duda cabe de que el relato en cuestión es también un libro de historia
colectiva, una fuente auténtica y cercana que nos ofrece una visión de España en
los últimos cincuenta años. El protagonista es un representante de la
generación de la posguerra que sacó adelante el país con esfuerzo y que pese a
las duras condiciones de vida supo mantener bien alto las banderas de la
esperanza y el amor a la familia.
Desde
un punto de vista literario, la novela parece una vida ejemplar que recuerda a Cervantes.
Los encabezamientos de cada capítulo son claramente cervantinos; y
algo del Siglo de Oro hay aquí, pues hasta el ominoso encuentro con la enfermedad
la historia parece que va a transcurrir en clave picaresca, en medio de una
vida dura pero no exenta de jovialidad y alegría, como es la vida de cualquier
persona de espíritu sano. A partir del libro segundo, sin embargo, el tono se
hace más serio, de un dramatismo contenido, pero evidente, ante la amenaza de
la muerte. Pese a la dramática catástrofe personal que ha de soportar el
protagonista, que la vida es ejemplar no admite duda, pues queda plasmada toda la
generación de nuestros padres, esa generación que levantó el mundo que
conocemos y a la que ahora toca, poco a poco, ir despidiéndose de él muchas
veces sin haber oído una palabra de agradecimiento por sus esfuerzos y sí
muchos reproches por generaciones nuevas de ignorantes refinados, más exigentes
sin duda, pero que nunca supieron cuánto costaba, como dicen nuestros mayores,
“poner un plato en la mesa todos los días”.
Si
bien de apariencia sencilla y de estilo casi popular, la redacción de la obra
no está exenta de complejidad pudiendo constatarse un esforzado ejercicio de creación literaria. Un editor ficticio (personaje de una novela
anterior de Pedro Amorós, El arco en ruina) asume la responsabilidad de
publicar los manuscritos de Juan Serrano. Es un tópico de la literatura universal, el hallazgo
casual de un texto, unos papeles olvidados... Pero aquí es el motivo perfecto,
por cuanto no es inventado del todo, para hacer un ejercicio de lenguaje, un lenguaje
que se recrea sin sacrificar el registro coloquial, sencillo, incluso vulgar,
del todo originario. Pienso en que Camilo José Cela hizo un ejercicio similar
con La Familia
de Pascual Duarte. O incluso Valle Inclán, por ejemplo en Luces de Bohemia,
cuando convierte el registro coloquial en vehículo literario.
Pero
la obra es ante todo de carácter histórico. En efecto, es la historia de un
representante de la generación de posguerra y la transición que ha luchado por salir adelante
en medio de las penalidades y dificultades materiales más variadas. Un valioso
testimonio de la época en que hacer el servicio militar equivalía a un viaje de
instrucción y formación. Esta generación levantó la España de posguerra y es la
que progresivamente nos va abandonando por simple cuestión de edad o
enfermedad. Esta historia resulta extrapolable a muchos aun siendo individualizada
y singular. Recuerda en parte a la literatura antropológica de la historias
de vida y junto con el literario tiene innegable valor antropológico, pues
presenta con diáfana claridad la vida de una persona, incluso los detalles más
privados descendiendo en ocasiones a la corporalidad y terrenalidad de las
cosas. Nos habla de los temas cruciales que enfrenta una persona a lo largo de
su vida. Aunque jamás se oculta
lo duro de la existencia humana - la novela entera es un monumento a la
existencia de los débiles y humildes-, lo cierto es que el tono de la historia
experimenta un giro dramático al declararse la enfermedad. A partir de entonces
la historia puede entenderse como un auténtico viacrucis plagado de dolor,
miseria y no pocos tormentos infligidos en ocasiones por los médicos que
atienden con frialdad y casi cruel indiferencia al malhadado paciente. Pero ningún
viacrucis existe sin su Verónica (la esposa del protagonista) ni sin su Cireneo
(el doctor que le trata finalmente y logra cronificar la enfermedad). Entre
todos hacen posible el combate cuerpo a cuerpo con la vida. La vida es dolor,
se esfuerza en demostrar la existencia de este hombre; dolor, enfermedad,
apreturas materiales. La esperanza nunca se pierde, pero es continuamente
desmentida y desautorizada por los hechos, lo que ocasiona una vorágine que
oscila entre una amplia gama de tristezas y las inevitables ansias de felicidad frustradas. La vida de los humildes es dolor y
también lucha. Dondequiera que esté el protagonista, ya sea en el servicio
militar, ya sea como empleado en Telefónica, ya sea en el microcosmos de un
hospital, todo aparece como un reflejo, como la quintaesencia del país; en
efecto, las condiciones sociales, materiales y espirituales se repiten.
Aspecto
clave lo juega el amor y la auténtica caridad. Siendo inevitable la pobreza, la
enfermedad, la falsa esperanza y demás males que la gente sufre, al menos los
golpes del destino son aminorados por las muestras de afecto que nos prodigan
-en ocasiones- nuestros semejantes. Los amigos, el médico que
le salva y sobre todo la entrañable imagen de la esposa. También el sufriente
protagonista es capaz de ejercer la caridad, como lo demuestran entrañables
sucesos entre la pequeña comunidad de enfermos que el azar reúne en el hospital.
Pese
a todo, se hace palpable el inevitable paso del tiempo y al final nos preguntamos
qué valor tiene lo vivido. Todo sufre la lenta pero mortífera erosión del
tiempo. Las escenas de la vida, al final, parecen sueños o espejismos, los años
lo engullen todo y nuestra vida ha sido al final, “el paso de una sombra”, un
breve sueño soñado por un ser que es poco más que un espejismo. El valor de
todo ello para el sujeto de la existencia reside en haber vivido consciente, y
sobre todo, consiste en saber entrar en la muerte (o enfrentarse a ella) con
los ojos abiertos y la mente despierta. Para los demás queda el consuelo del
testimonio, este imago vitae que es la novela y que ha salvado y hecho
perdurable a través de las palabras aquellos instantes de una vida que hubieran
podido diluirse en la impetuosa corriente del tiempo. La obra que hoy tenemos
ante nosotros ha logrado elevar a literatura una vida cotidiana, extraerla,
rescatarla, de su diario anonimato, poner a la luz la grandeza de una epopeya
silenciosa. En cualquier caso ha dado carta de naturaleza literaria a la vida
cotidiana de una persona del común de los mortales, uno de tantos que forman
parte de la humanidad anónima, protagonista cada uno de su historia personal
(de la cual el tiempo como gran nivelador que es no va a dejar ni rastro de
ninguno)…. Pero he aquí que la novela de Amorós ha rescatado una historia de la
morada de la oscuridad y del silencio que a todos nos espera, el autor ha
tendido su mano para rescatar y mostrarnos literariamente la materia con que
está hecha de verdad la vida.
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