Ernst Wilhelm Händler,
El Superviviente*:
Paisaje posthumano
en los albores del Tercer Milenio
Los inicios de toda técnica son de origen titánico
Friedrich Georg Jünger
La editorial S. Fischer ha
publicado la nueva novela de Ernst-Wilhelm Händler titulada Der Überlebende
(El superviviente), que narra la historia de un anónimo ingeniero
entregado plenamente a la robótica de enjambres (es decir, a la rama de
la robótica dedicada al empleo y coordinación de robots, que aún siendo relativamente
simples, se diseñan para que cooperen, aprendan entre sí y logren desempeñar
labores complejas) en un laboratorio secreto perteneciente a la firma D’Wolf.
La naturaleza de su trabajo tiene claramente una dimensión prometeica, pues
pretende diseñar una inteligencia artificial perfecta, colectiva y cooperativa
capaz de aprender por sí misma. En la vida de este ingeniero no hay nada más
allá de ese horizonte, hasta el punto de que ni una sola vez nos es revelado su
nombre; efectivamente, su identidad e individualidad no son nada ni siquiera
para él mismo, más allá de un lastre que es eliminado. Este técnico desprovisto
de nombre vive entregado a su (estrictamente) titánica tarea, que no es sino
coadyuvar al advenimiento de la inteligencia más perfecta conocida, para lograr
lo cual no se detiene en ningún tipo de consideración, incluida la de espiar
las actividades de sus colaboradores (con lo que el protagonista de la historia
además de anónimo logra ser narrador omnisciente en primera persona con un
sentido auténtico, si bien por los medios artificiales del Gran Hermano
orwelliano que D’Wolf pone a su servicio) a fin de proteger su sacrosanto
laboratorio (lugar para el advenimiento de la inteligencia colectiva que ansía
crear); asimismo es perfectamente capaz de sacrificar sus relaciones familiares
y personales hasta el punto de ser responsable de la muerte primero de su mujer
y finalmente de su hija, así como de la cruel manipulación de sus pocos
colaboradores.
La novela se ordena como un
tríptico, a través del cual vemos la progresiva soledad en la que por su propia
mano va quedando el desindividualizado protagonista, el “superviviente”, pues
finalmente queda en rigurosa soledad renunciando a toda su vida en el altar de
la técnica. La primera imagen corresponde a la relación del ingeniero-demiurgo
con su mujer, una artista gravemente enferma, y cómo esta muere no sin culpa
del marido por ser un obstáculo en su tarea. La segunda imagen del tríptico
examina las relaciones del ingeniero con sus colaboradores, a quienes espía
obsesivamente para que estos no pongan en peligro la marcha del laboratorio. La
última visión se centra en su hija Greta, nombre de innegable resonancia
goethiana, de cuyo fin también es él verdadero responsable. Pese al orden
aparente, la historia no sigue una auténtica estructura lógica, son frecuentes
los giros cronológicos y a veces es sorprendente cómo se revelan las relaciones
que vinculan a los personajes, así como las visiones cósmicas intrusivas de un
universo en perpetua transformación; y verdaderamente no es poca la sensación de
extrañeza que el propio Händler provoca con su estilo literario plagado de los
neologismos y anglicismos normales en la vida de un ingeniero pero también comunes
para nuestra sociedad, la más mercantil y
tecnificada de la Historia.
A primera vista, el hecho de que
la acción se remita a un laboratorio secreto, perteneciente a la misteriosa
multinacional D’Wolf, consagrado a la robótica más avanzada, animaría a pensar
que estamos ante un ejercicio de ciencia ficción. Pero al margen de la irónica
mención a un Aeropuerto Billy Brandt de Berlín plenamente operativo
(cuando se está lejos de acabar las obras hoy en día), nada hay de ciencia
ficción pues hace tiempo que el trabajo con robots y la creación de sistemas
capaces de coordinarse y aprender siendo operativos entre sí, son cosa
cotidiana. El objetivo del autor es otro y consiste en presentar la
despersonalización sufrida por el personaje entregado a un modo productivo no
sólo desprovisto de espíritu, sino enemigo declarado suyo (aquí sí es posible
ver una crítica de sistema). Ciertamente la cuestión de las relaciones
interpersonales y la propia identidad aparecen como tema frecuente en la
literatura en lengua alemana actual, sirvan como ejemplo Sin nada, la
novela de Katharina Hacker cuyos personajes afrontan el vacío interior sobre el
que han construido sus vidas o incluso los viajes metafóricos de Christoph
Ransmayr (por ejemplo El último mundo, o Los horrores del hielo y la
oscuridad, historias en que sus personajes desaparecen espiritualmente
hasta integrarse en el paisaje del último rincón del mundo al que han acudido
mixtificándose con las personas que antaño habían pisado aquel ignoto suelo).
Tampoco es desconocido el problema de la despersonalización vinculado al auge (hasta
ahora imparable) de la técnica; en efecto, no es un hecho desconocido en la
literatura, y conviene recordar aquí el libro de Max Frisch, Homo Faber
y más aún la sugerente Abejas de cristal, novela de Ernst Jünger
centrada precisamente en la robótica y en la creación artificial de seres
humanos. Por cierto que el verdadero peligro de la creación robótica en Jünger
está en la aniquilación del espíritu humano por obra de la técnica (a lo que
aludía Jünger en Los titanes venideros cuando habla del futuro inmediato
como propicio para la técnica y hostil para el espíritu) y no
sería ocioso recordar aquí el ensayo modélico de su hermano Friedrich Georg
Jünger Perfección y fracaso de la técnica.
La novedad de la historia de
Händler reside en haber llevado el campo de actuación directamente al
laboratorio robótico y hacer protagonista a alguien ya previamente
despersonalizado cuya vida está entregada a la creación artificial por sí
misma, es decir, sin fin moral alguno, por alguien que previamente renuncia a
la existencia humana e incluso rechaza el legítimo derecho al reconocimiento
del éxito y de la labor bien hecha en aras de su objetivo. El problema de la
aceptación consciente del Mal aparece abiertamente en la novela, pues para la
creación es preciso destruir, romper física y éticamente con la familia, con la
esposa y la hija, con los amigos, incluso sacrificarlos a todos en cuanto
suponen un riesgo para la consecución del objetivo fijado. El anónimo ingeniero
tiene tanto los rasgos titánicos de un Prometeo como de un Fausto, pero el
Fausto del Tercer Milenio no logra -ni desea- su redención. Este proceso de
creación artificial está jalonado por la intrusión en la trama de reflexiones y
visiones del ser en un proceso eterno de multiplicación, creación, destrucción
y regeneración; un modelo cosmológico que no es ya un universo sino un
pluriverso, no un cosmos ordenado sino una ensayo malogrado en vías de
perfección llevado a cabo por unos desconocidos ingenieros en su papel de
demiurgos. El comos, para el anónimo ingeniero protagonista de la historia, ya
no es armonía ni proporción, sino ensayo y error.
Händler desarrolla una historia
demiúrgica, en la que el humano creador ha perdido precisamente su calidad
humana más esencial, incapaz de toda relación, o de sentir afecto, incapaz de
relacionarse con los demás, carece por completo de identidad y no proyecta
calor alguno sobre las demás personas que le rodean. Es el habitante de un frío
laboratorio secreto que forma parte de la gran multinacional D’Wolf, tan grande
que tanto parece en la práctica un universo en expansión, como una entidad
demónica sin cabeza personal o nacional visible, un complejo ente de relaciones
que se ha extendido como un organismo pluricelular por todo el planeta. Al
mismo tiempo, tampoco hay seguridad ontológica alguna a la que poder aferrarse
desde el momento en que el universo (o pluriverso) es también una creación
artificial, con lo que ya parece que nada hay que pueda contener el titanismo
que preside esta historia posthumana. El proceso de hipertecnificación toca
cumbre en la novela de Händler, que nos presenta un frío mundo posthumano,
vacío, que bien podría haber sido producido en un aséptico laboratorio.
* Ernst-Wilhelm Händler, Der
Überlebenbe, S. Fischer, Frankfurt a. M. 2013, 319 pp.
Menuda historia espeluznante la que cuenta Händler a través de este último superviviente. Creo que es la culminación de la tecnificación y deshumanización en la que vivimos. La verdad es que es un tema recurrente en la literatura alemana contemporánea tal como señalas en el artículo, pero Händler parece ser que lo ha llevado a sus últimas consecuencias. Da un poco de miedo pensar en todo este asunto.
ResponderEliminarSaludos. Notorius.
Espero que se traduzca pronto esta novela, y que lo hagas tú, José Antonio. Tras tu traducción de Schopenhauer, hemos quedado a la espera de más.
ResponderEliminarEste tema es de enorme actualidad, por desgracia. La nihilización del hombre (pos)moderno está llegando al límite. Las hordas de homo consumptor, "caminantes", se lanzan al consumo del último modelo que la diosa técnica les proporciona con el fin de suplir, si pudiera, un poco de esa alma perdida, quizás nunca asumida, por el hombre actual. La crisis civilizatoria avanza a pasos agingantados y no parece haber freno. El hombre, llevado por los dioses de las nuevas tecnologías, acaban perdiendo cualquier referencia moral; ni siquiera una moral utilitarista, moral al fin y al cabo. Solo hay un extenso sentido de correr sin más sentido que la carrera per se. Como escribiera Kafka en aquel cuento de la rata que corría sin más sentido que correr. El progreso, en este sentido benjaminiano, se identifica con la barbarie sin más. Como escribe Esposito, es el triunfo de la biopolítica, pero gobernada esta por la técnica posmoderna. Me atrevo a poner un nuevo nombre a esta nueva era, la biopospolítica: una negación de la Política desde los presupuestos de la vida en su estrato más bajo, el simple vegetar de una humanidad que mide el tiempo por la cantidad de producto consumido.
El título de la obra "El superviviente", es una especie de sarcasmo. No puede haber nunca un superviviente en singular, unus humanus nullus humanus, parafraseando a San Cipriano. Lo lamentable es que nos vemos atrapados en la mera "supervivencia". Pero eso merece otro comentario.
Un abrazo.