lunes, 1 de abril de 2013

A través de un mundo en ruinas.







La guerra chechena según Zajar Prilepin*


En Rusia nada ha sobrevivido excepto el pueblo, con su acervo de fortaleza, amor y paciencia.
Zajar Prilepin



La revista Newsweek (22.8.2011) refiere un incidente protagonizado por el escritor ruso Zajar Prilepin en un congreso literario, cuando éste reaccionó con acritud a las críticas por la intervención rusa en Chechenia. No sorprende tan airada reacción, pues el propio Prilepin es un oficial veterano que ha servido en Chechenia, además de un activista político vinculado a círculos nacionalistas de izquierda, opositores al gobierno de V. Putin. De sus preocupaciones políticas da testimonio una de sus últimas obras, Sankia (Moscú 2006) crónica sangrienta (y de claras conexiones con La Madre, de M. Gorki) de la violenta lucha callejera contra un gobierno no menos violento y corrupto.

Su obra Pecado (Moscú 2007) fue calificada por cierto sector de la crítica como “el libro de la década” en Rusia, aquí se muestra que, por muchos motivos, Prilepin es un autor a tener en cuenta en la Rusia actual “postsoviética”, testigo privilegiado de una época de cambios dramáticos y radicales en la antigua superpotencia, es un autor tan descarnado como la realidad que describe a través de vivencias autobiográficas: “Mis pecados me atormentan y mis buenas obras son tan livianas que una brizna de viento las dispersaría”.





La editorial Sajalín ha publicado recientemente Patologías (originariamente Moscú 2005), novela que narra la vida de una unidad rusa en Grozni a través de uno de sus soldados llamado Yegor Tashevski, alter ego del propio Prilepin. Las atrocidades de la guerra en Chechenia son conocidas por las crónicas de Anna Politovkskya (Una guerra sucia), sin embargo resulta difícil encontrar un testimonio de la crudeza de la guerra como nos ofrece Patologías.

Grozny es prácticamente una ciudad fantasma patrullada por tropas rusas durante el día  (quienes casi de la misma manera bárbara celebran con vodka ya el estar vivos, ya el haber matado) y hostigada durante la noche por irregulares chechenos. El miedo obsesivo y la sensación de angustia es el elemento primordial en esta historia, todo lo justifica: la crueldad gratuita, la matanza indiscriminada, la ingesta masiva de alcohol, el odio al checheno, civil o combatiente. Los disparos hacen saltar astillas de huesos, la sangre salpica, todo en la prosa de Prilepin es lo que parece. Es un mundo sin piedad el del soldado, porque la piedad no está justificada en ningún caso. Cuando se detiene a un grupo de chechenos y sin razón aparente se les fusila y luego se queman sus cuerpos, estos estallan porque tenían ocultos en sus botas explosivos: eran insurgentes y su muerte habría estado así sobradamente justificada. Los rebeldes chechenos aparecen incluso más crueles que los soldados, como refleja el ataque a una unidad de rusos desmovilizados con una leve escolta y sin armas que se dirigía al aeropuerto para su repatriación. No hay piedad para nadie, pero tampoco hay reproches ni deseos de negar nada, como se hace patente con la viuda chechena, vendedora en el mercado y que odia a los rusos o las familias que se ocultan ante las redadas y registros por temor a los saqueos y las violaciones que tienen lugar con total impunidad. En medio del combate palpita, sin embargo, la condición humana viva bajo la piel del soldado que desea volver al hogar. De manera confusa, atropellando el discurso narrativo e interrumpiendo la sucesión caótica de las imágenes de muerte y destrucción, irrumpen igualmente de manera obsesiva, inopinada y disruptiva, las vivencias del hogar, del amor celoso hasta la obsesión enfermiza pero auténtica tabla de salvación, de la infancia y del recuerdo de un padre cariñoso, aunque alcohólico. Prilepin nos muestra buena parte de la Rusia actual, hundida hasta los cimientos, una nación que se desangra apuñalada en las entrañas en la que la única realidad tangible es la que separa la vida de la muerte, porque la guerra para Prilepin no es una tragedia de cuyas cenizas ha de brotar necesariamente la reconciliación de la raza humana como lo es para Remarque, ni tiene tampoco el elevado carácter de las tempestades de acero jüngerianas. Prilepin es fiel a su pueblo, la fe nacional recuerda a la mística de Tolstoy, si bien cuando de lo que se trata es la guerra, la cuestión es más práctica y menos poética: sobrevivir y poder volver. Aunque resulta clara la deuda con el realismo socialista a lo largo de toda la obra de Prilepin, en Patologías la única fidelidad debida es a la vida misma, en la guerra no hay perdón ni arrepentimiento: “... no lloro mientras miro con ojos secos el techo. No pido perdón por nada ni a nadie”.  




*Zajar Prilepin, Patologías, Ed. Sajalín, Barcelona 2012, 380 p.



1 comentario:

  1. Prilepin es un autor a tener en cuenta. A partir de ahora seguiré sus pasos. Parece evidente, por lo que cuentas, que la literatura de Prilepin guarda ciertas semejanzas con el realismo socialista. Me interesaría saber hasta qué punto refleja la condición humana.

    Saludos. Notorius

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